¡Hola a todos y todas! Bienvenidos a un nuevo episodio de “Ética profesional”. Soy Lucía Martínez, y hoy vamos a sumergirnos en el origen del saber, ese punto de partida donde la filosofía y la ciencia casi se confunden, y donde el asombro y la duda nos empujan a buscar respuestas. A ver, la palabra “filosofía” viene del griego, de “philos”, que significa amante, y “sophia”, sabiduría. O sea, literalmente, amor a la sabiduría. Y no es solo una cuestión de etimología bonita, sino que define la actitud del filósofo: alguien que no se conforma con lo que sabe, sino que se pregunta, que reflexiona, que busca entender el porqué de las cosas.Y aquí entra el asombro. Aristóteles decía que los hombres comienzan a filosofar movidos por la admiración, por la sorpresa ante lo que no entienden. Es ese momento en el que te quedas mirando el cielo y te preguntas, ¿por qué hay algo y no más bien nada? O, como me pasó a mí una vez en clase, que un alumno me preguntó, así de la nada, “¿por qué estudiamos lo que existe y no lo que no existe?” Y claro, me quedé pensando, porque nunca me lo había planteado así. Esa pregunta, tan simple y tan profunda, me hizo darme cuenta de que el asombro es el motor de la filosofía.Pero no solo el asombro, también la duda. Y aquí, inevitablemente, tengo que mencionar a Descartes y su famosa duda metódica. Él proponía dudar de todo lo que no sea absolutamente evidente, para llegar a una certeza indudable. Es como si la filosofía fuera ese ejercicio constante de preguntarse, de no dar nada por sentado. Y, sinceramente, a veces es agotador, pero también es lo que nos permite avanzar, cuestionar, y no quedarnos en la superficie de las cosas.Así que, si alguna vez os habéis sentido raros por preguntaros cosas que parecen obvias, tranquilos, estáis en buena compañía. La filosofía nace justo ahí, en ese asombro y esa duda que nos empujan a buscar el sentido de lo que nos rodea.Ahora, si seguimos el hilo de Aristóteles, él hace una distinción muy interesante entre el conocimiento que nos llega por los sentidos y la búsqueda de las causas primeras, que es lo que él llama sabiduría. Todos los hombres desean saber, dice Aristóteles, y por eso amamos los sentidos, especialmente la vista. Pero, ojo, los sentidos nos muestran el “qué”, no el “por qué”. Saber por qué ocurren las cosas, cuáles son sus causas y principios, eso ya es tarea de la filosofía.La filosofía, entonces, conceptualiza el universo, busca los principios que rigen su devenir. No se queda en la experiencia inmediata, sino que trata de ir más allá, de entender el fundamento de lo que existe. Y esto, aunque suene muy abstracto, tiene aplicaciones muy concretas hoy en día. Por ejemplo, en los debates sobre inteligencia artificial, muchas veces nos preguntamos no solo cómo funcionan los algoritmos, sino cuáles son los principios éticos y filosóficos que deberían guiarlos. ¿Qué es la justicia en un sistema automatizado? ¿Qué significa la igualdad cuando la decide una máquina? Son preguntas que, aunque parezcan modernas, tienen raíces en los principios aristotélicos sobre las causas y los fines.Y, bueno, a veces me preguntan si esto de buscar causas primeras no es un poco inútil, como si fuera dar vueltas sobre lo mismo. Pero, sinceramente, creo que es justo lo contrario. Es lo que nos permite no quedarnos en la superficie, no aceptar las cosas solo porque “siempre han sido así”. Es la base de cualquier pensamiento crítico, y sin eso, ni la ciencia ni la ética tendrían sentido.Así que, la próxima vez que escuchéis un debate sobre tecnología, política o incluso sobre el sentido de la vida, pensad que, en el fondo, seguimos haciendo preguntas aristotélicas: ¿qué es esto?, ¿por qué es así?, ¿podría ser de otra manera? Y ahí está la filosofía, siempre presente, aunque a veces no nos demos cuenta.Vamos a meternos ahora en un terreno un poco más técnico, pero prometo que no os voy a marear demasiado. Hablemos de los entes y los principios lógicos, y de cómo todo esto se relaciona con la ciencia. En filosofía, el “ente” es todo aquello que es, que existe o puede existir. Pero no todos los entes son iguales. Los podemos clasificar en tres grandes grupos: entes sensibles, entes ideales y valores.Los entes sensibles son los que captamos por los sentidos: una mesa, una canción, incluso un sentimiento de alegría. Dentro de estos, hay físicos, como una piedra, y psíquicos, como un recuerdo o una emoción. Luego están los entes ideales, que no existen en el mundo físico, sino en la mente: los números, las figuras geométricas, las relaciones como la igualdad o la diferencia. Y, por último, los valores: la justicia, la belleza, la utilidad. Los valores no ocupan espacio, pero nos afectan profundamente, porque ante ellos reaccionamos, los valoramos o los rechazamos.Y aquí entran los principios lógicos fundamentales, que son como las reglas del juego del pensamiento. El principio de identidad: todo ente es idéntico a sí mismo. El de no contradicción: nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. El tercero excluido: o es, o no es, no hay una tercera opción. Y el de razón suficiente, que dice que todo tiene una razón de ser, nada ocurre porque sí. Estos principios son la base de cualquier razonamiento, tanto en filosofía como en ciencia.Y hablando de ciencia, aquí es donde se pone interesante la comparación. La filosofía y la ciencia comparten el uso de la razón, pero se diferencian en su objeto y método. Las ciencias formales, como la lógica y las matemáticas, trabajan con entes ideales y buscan la coherencia interna. Las ciencias fácticas, como la física o la sociología, se ocupan de los hechos, de los entes sensibles, y buscan la correspondencia con la realidad. Recuerdo una discusión con colegas sobre si los hechos científicos son “descubiertos” o “construidos”. Y, bueno, la verdad es que depende de a quién le preguntes. Pero lo que está claro es que tanto la ciencia como la filosofía parten de los mismos principios lógicos, aunque los apliquen de maneras distintas.Así que, para cerrar, el origen del saber está en ese asombro y esa duda que nos llevan a preguntarnos por el ser, por los principios y por el sentido de lo que existe. Y aunque la ciencia y la filosofía hayan tomado caminos diferentes, siguen compartiendo ese impulso racional de buscar respuestas. Bueno, hasta aquí el episodio de hoy. Espero que os haya dejado pensando, aunque sea un poquito. Nos escuchamos en el próximo episodio, donde seguiremos explorando juntos el fascinante mundo de la ética y la filosofía. ¡Hasta pronto!

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El origen del saber